PERDONADLE, ORTODOXOS

Perdonadle, ortodoxos





Cuando le conocí él ya estaba al margen. Era Salamanca. Octubre de 1984. Le recuerdo llegando en su atrabiliaria moto a la vieja Facultad de Medicina de Fonseca. Su pelliza, su zurrón y su andar arcuato y firme. Y así todas las mañanas del mundo durante dos años. Pero él, nunca supe bien porqué, ya estaba al margen. Le recuerdo en las aulas, en la primera hora de la mañana. Solía esperarnos con media lección ya dibujada a colores en aquellos inmensos pizarrones. Un recuerdo grato los torsos cazados en escorzo o las cabezas delicadamente talladas en perspectiva caballera. Y luego, el recitado de los recorridos nerviosos, de las junturas articulares o de los paquetes vasculares. Eso aparte, solía explicar detenidamente el porqué de todas aquellas cosas. Y haciendo masa su afabilidad, su respeto y su aliento.
En aquella Salamanca, en aquellos años, un hombre solo y al margen fue capaz de crear un sistema de docencia sobrio, tremendamente valorado y eficaz. Las clases de Luis Santos eludían cualquier referencia al poder o al conocimiento impostado. Porque no le vimos sujetar la autoridad en el ajado atril de la ritualizada jerarquía universitaria. Porque nunca le oímos dar una voz más alta que otra. Por eso logró el aprecio y el respeto de casi todos los que le tuvimos de maestro. Allí donde le costaba llegar a tantos se manejaba sin dificultad un hombre que andaba al margen. Dominamos las situaciones cuando no sentimos el peso del tiempo. Cuando yo le conocí, Luis ya tenía el tiempo de su lado aunque le había costado unos cuantos desencantos. Por eso no me sorprendió para nada su febril actividad cultural de estos últimos años. Que estaba cantado lo sabía yo que he acabado haciendo lo mismo. Aunque yo nunca le oí decir contra los demás ni una sola palabra que no dijese contra sí mismo antes. Tal vez por eso nunca logré saber porqué cuando le conocí él ya había crecido al margen.




El pasado domingo falleció víctima de un brutal accidente de tráfico D. Luis Santos Gutiérrez. Contaba 84 años y en el accidente perdió también la vida su esposa Carmen. Luis Santos, uno de los mejores profesores que he tenido y una de las mejores personas que he tratado.


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Ingrid Betancourt está dando demasiadas pruebas del origen postraumático de su acentuada religiosidad. Por eso es de agradecer que nuestro Presidente del Gobierno le haya regalado una biografía de Santa Teresa. Un lince.


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VENDIENDO AL PESO EL CORAZÓN DE LA LITERATURA