EN BUSCA DE BOBBY FISCHER

Una de las mayores falacias que circulan en torno a la locura es aquella que la vincula de manera inseparable con la genialidad. Puede que la razón perdida de Alonso Quijano, sinécdoque de tantas cosas, sea el alimento de ese triste embuste. Pero es que los hechos suceden justo al revés. Un genio lo es a pesar de la locura y no gracias a ella. Mira que llevamos años tras ello y aún sigue vigente un periodismo casquivano, irresponsable, psicologizante y enredado en un maizal de supersticiones.

Muere Bobby Fischer y las reseñas necrológicas han sido un coro unánime de devociones que van del hecho al dicho. Mira el hecho que cuenta en dos patadas un periodista con la cabeza fría: «Tuvo una vida muy triste y en los últimos años se quedó solo. Ha muerto un genio del ajedrez». Pero van y dicen que el lector busca razones que le expliquen por qué un tipo tan famoso y con un coeficiente intelectual tan elevado decide un buen día irse de la civilización y vivir como un mendigo. Y ahí es donde entra el escribidor con afán de literato. O el literato con vigor de articulista de fondo. Que sepas que no hay fronteras para un buen titular. Siempre podrás llegar con tus ansias de libertad allí donde no ha llegado nadie. Deja en «El País» a Ray Loriga con las manos libres y verás lo que te hace, hermano, con su rebeldía y su imaginación. Sostiene Loriga, en prosa fáctica, que Bobby Fischer fue un náufrago de su propia inteligencia, un héroe admirable por vivir sin patria ni fe y que hizo del silencio, con gran sensatez, su mejor legado. Ya ves en qué da el autismo repensado por Loriga. Y lo poco que pesa la nacionalidad islandesa.

Y aunque la ciencia no sepa explicar con total certeza cómo nace una paranoia, el diario «El Mundo» ofrece pistas claras y concluyentes. No te olvides que estamos en el milenio tres. Y que Fischer nació bajo el signo de Piscis, patrón de los grandes talentos. Dice «El Mundo» que fue un genio que vino con el germen de la autodestrucción dentro y con el complejo de Edipo algo torcido, por lo que se hizo antisemita y misógino. ¡Amigo mío! Ya sabes un poco más de dónde vienen las cosas. Te lo explica un periodista que quiere dejar claro que Fischer era un poco raro pero que «su genética, fuese quien fuese su padre, era impecable». Te lo dice un periodista que tiene en cuenta todos los detalles. Como ése tan significativo que señala que Fischer murió con 64 años, las casillas del tablero de ajedrez. ¿Para qué seguir? ¿O acaso piensas que tiene algo que ver en esta kermés nada heroica que el periodista en cuestión se llame Orfeo? Ya ves. Otro misterio.