UN CAOS EN CALMA

Te decía, quería decirte que el verano, este verano arrebolado de tormentas, claroscuros y nubes grises va desgranándose lentamente. El verano, este verano nacido de una primavera húmeda y turbulenta va pasando contenido y aquietado como si las cosas pudiesen hacer muy poco ruido. El verano es la estación de la infancia. Por eso los veranos siempre son para uno como los de antes cuando nos pasaban las mismas cosas que contaba Pavese: aquellos veranos ebrios de vino y embriagados de estrellas fugaces, canciones, noches sin sueño, amigos, amaneceres radiantes y bicicletas en las orillas de los ríos que podían llamarse Po o Jarama. Eran todos los veranos bellos en los que nunca habíamos cumplido aún veinte años y en los que toda la vida estaba por delante.
Te decía, quería decirte que ahora que tenemos lo que tanto deseábamos resulta que los veranos han perdido brío y color y han acabado siendo oscuras y predecibles estaciones de paso. Ahora que lo tenemos casi todo nos damos cuenta con retraso de que nos han cambiado el decorado. Te decía, quería decirte, que este lento e inesperado declinar de los veranos de ahora es lo que el escritor italiano Sandro Veronesi ha venido a llamar con indudable acierto un caos en calma. Dice Veronesi que hay un momento en la vida en que ya solo se crece si se aceptan las condiciones irrefutables que la madurez impone y se renuncia a la infancia. Y es entonces cuando sabes del caos de la ciudad en que vives, del remolino en que se han disuelto los lazos familiares, del desorden en que crecen los afectos, de lo difícil que se ha puesto aprender despacio de las cosas. Y de lo mucho que han cambiado los veranos. Porque quería contarte que ahora mi vida es ya de otro paisaje con atardeceres largos y rojos. Y que ahora cuando me recuesto en el sillón contemplo como varias parejas pasean por la playa y como varios barcos fondeados a lo lejos son ya un hecho cotidiano. Y que alguien me dejó escrito que este será mi paisaje para intentar una madurez algo rebelde. Porque luego, un día de repente, la tarde será mas corta, el viento refrescará y la mar estará encrespada. Entonces volveré a recordar, con voz de Gil de Biedma, el último verano antes de ser maduro porque nunca he leído nada mejor: Cuando alguien contó historias de pescadores en la playa, cuando vuelven: la raya del amanecer marcando, lívida, el límite del mar, y asan sardinas frescas en espetones, sobre la arena. Lo imagino enseguida. Y me coge un deseo de vivir y ver amanecer, acostándote tarde, que no está en proporción con la edad que ya tengo. Después de todo, escribió, envejecer tiene su gracia. Aún no sé porqué pero el recuerdo de todos los veranos bellos es una buena manera de conservar la calma.