¿CIENCIAS O LETRAS?

No es por faltar, pero aún sigo preguntándome cómo es posible que el premio «Príncipe de Asturias» de Literatura haya ido a parar a manos de Margaret Atwood. Cierto que los jurados suelen dar de vez en cuando alguna patada al caldero y puede que ésta sea una de ellas. Pero que levante la mano quienes puedan explicarse cómo ha sido posible este evento. Las razones que el jurado arguye para premiarla quedan más cerca del trabajo social que de la literatura. Con la diferencia de que las trabajadoras sociales, aparte de detectar injusticias y maltratos, suelen enfrentarse con los problemas cara a cara y no desde la tranquilidad de un apacible despacho de escribiente. Aún no me había repuesto del pasmo cuando anuncian la llegada de Fátima Mernissi. Vale. Está bien. Una escritora supongo que interesante de quien la Wikipedia dice que defiende un concepto humanista donde las mujeres tienen que asumir su papel luchando con la palabra, el arma principal para lograr la igualdad y hacer la revolución. Palabra de Dios?

Bueno. Menos mal que en esto de las quejas contra los fallos de los «Premios Príncipe» no estoy solo. Hay quienes reclaman que los premios de Literatura se den sólo a autores en castellano, por eso de potenciar el conocimiento mundial del idioma patrio. No estoy de acuerdo. No hay por qué premiar a un mediocre por el mero hecho de ser español o conocido nuestro. Lo que me planteo es la capacidad real que tienen la literatura y el cuento para modificar el curso de los acontecimientos que describen y para gozar del gran reconocimiento social de que son objeto. Porque ofende comprobar el desdén y el desinterés con el que suelen ser tratados los premiados que trabajan en el mundo de la ciencia. Tal vez sería menor mi encono contra los aurigas de Atwoods o Mernissis si de vez en cuando también se ocupasen de explicar al público general que tras el proyecto Gran Simio subyace la más completa explicación del vínculo entre el hombre y la vida: la obra de Charles Darwin y la teoría de la evolución. Porque España acaba de adherirse a dicho proyecto que lucha por la extensión de ciertos derechos a chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes, dada su semejanza con el hombre y la convicción de que, como el hombre, disponen de conciencia, lo que se traduce, por el momento, en la prohibición del maltrato. También se agradecería que a la muerte de mujeres como Natalia Bejtereva los periódicos arrancasen algunas líneas de la sección de imaginaciones varias para dedicárselas a quien con su esfuerzo y su genio consiguió que miles de personas mejorasen de graves dolencias neurológicas. El caso de Bejtereva es paradigmático. Pocas mujeres habrá habido más luchadoras que ella, que creció huérfana en una casa para «enemigos del pueblo» porque su padre, esforzado psiquiatra, le diagnosticó una enfermedad mental a un tal José Stalin. En España todos la despidieron con una nota de prensa genérica y desganada de la agencia «Efe». Y la mayoría de su obra divulgativa está agotada o sin traducir, ocupadas las imprentas con diosas canadienses o argelinas.

La batalla está servida. Una encuesta muy reciente hecha entre alumnos de Bachillerato señala que los chavales piensan que los estudiantes vagos se van a Letras y que los empollones eligen las Ciencias. La cosa parece clara, aunque hay quien concluye que el aprendizaje de cualquier materia depende del profesor y no del asunto. Ya los veo venir a lo lejos. Que los hay que no descansarán hasta hacer de las vidas ajenas un triste club de los poetas muertos.