LA MUJER MÁS FELIZ DEL MUNDO

Les hablo de Clara Leticia Rojas González. Clara Rojas, la ex candidata a la vicepresidencia del Gobierno colombiano por el partido Verde Oxígeno, que lideraba Ingrid Betancourt. Clara Rojas, la abogada colombiana secuestrada en el año 2002 por las FARC en compañía de la propia Ingrid. Les hablo de Clara Rojas, ex rehén tras seis años de cautiverio. Quiero hablarles de quien ahora se declara «la mujer más feliz del mundo» tras haber podido abrazar a su hijo Emmanuel, de 4 años de edad, arrancado de su lado cuando contaba con ocho meses de edad.

Clara Rojas. Su aventura, su sufrimiento, su secuestro. O sea, todo lo que un ser humano puede llegar a sentir en una situación límite. Me ha sorprendido agradablemente el aspecto que tenía Clara cuando la liberaron hace unos días. Y ha estado bien la mesura en sus declaraciones y la solicitud de un descanso que puede durar semanas, meses o años. Me da que la fortaleza y la prudencia de su madre están guiando sus pasos en estos momentos. Una madre que ha sido un ejemplo de entereza y constancia. Una madre que ha sentido cómo el dolor por la ausencia de su hija agravaba una degeneración de los tendones que ya le impide caminar. Una madre que ante la ausencia de noticias fiables ha tenido que guardar la cabeza fría ante las ligerezas de los medios de comunicación. Porque hay quien sostiene que el gran mal del periodismo actual es la ficcionalización, o sea, la llegada de la literatura al lugar donde sólo pueden reposar los hechos. Y hay quien sostiene que una de las peores mentiras de la literatura es aquélla que justifica el amor de una víctima por su verdugo. Porque ésa y no otra ha sido la táctica que la mayoría de la prensa ha utilizado para contar la historia de Clara Rojas, su amor en la guerrilla y el niño fruto y testigo de un amor imposible pero libre.

La primera noticia sobre el hijo de Clara Rojas la contó el presunto periodista Jorge Enrique Botero cuando en febrero de 2006 publicó su libro «Últimas noticias de guerra». Botero, ex director de una radio chavista y con fácil acceso a las FARC, voceó que el niño no era fruto de una violación y que su padre era un guerrillero sin rango que fue castigado por su enamoramiento y separado del lado de Clara. Botero añadía ya por entonces que las relaciones entre víctima y secuestrador no tienen por qué pasar forzosamente por el «síndrome de Estocolmo» y que, a veces, en medio de la guerra hay destellos de solidaridad y corrientes de comunicación afectuosa. Los cuentos de Botero fueron calificados de «amarillos» nada más ser publicados, pero ello no evitó que Clara fuese para muchos una cautiva de amor pariendo en medio de una selva iluminada por el fuego de incesantes bombardeos. Porque Botero siempre dijo que lo suyo era el «periodismo de ficción». Iba, sí, con sus miserias por delante.

Pero es más dolorosa la actitud de la prensa internacional. Un tupido velo de silencio. Nadie escribe nada. Nadie pregunta nada. Todos hablan del padre guerrillero pobre y desaparecido y del hijo abandonado nacido de un amor consentido. Acusan a Botero de «amarillo» pero siguen jugando al folletín romántico. Un folletín que se hace fácil añicos. Basta aproximar al oído la caracola de los hechos: un niño de un año abandonado en la selva con leishmaniasis y un brazo roto, un padre que probablemente no sepa que es el padre de ese niño y una abuela llena de coraje que lo explica todo para que nadie se tropiece: «No puedo más que comprender a mi hija. En esa situación en la que se encontraba. Sola. Aislada. Vulnerable. Lo único que les puedo decir es que la entiendo más que nunca». Y ahí debe quedar todo. Porque no puede ser que el final de esta dolorosa historia lo escriba Tirofijo.